¿LA SALIDA DIGNA?

Hoy la tarde estaba lenta, en exceso, desde que escasean los partidos mundialeros ya no tengo excusa para salir de mi cubículo por más de cinco minutos, nunca pensé que lo diría pero puta que voy a extrañar el mundial.

Atacada por la desidia, a punto de sufrir una embolia de lo aburrida, me puse a leer a mis amigos. Uno de mis blog favoritos, aparte del extremadamente chistoso Buffonazo, es el de un amigo de un amigo. Nos conocimos hace un tiempo y si bien sólo hemos coincidido una vez para tomar unas cervecillas por allí, siento que tenemos cierta conexión escribana desde que ambos vistamos nuestros respectivos sitios.

Además su blog está tecnológicamente enchulado con música preciosa, lo que me permite escapar de las brutalidades trasmitidas por la radio en que trabajo, sin que alguien me acuse de poco corporativa.

El tema que tenía al bloguero en cuestión en entredicho en su última columna, decía relación, sin decirlo claro está, con una herida antigua, de alguien al que amó y cuya imagen hoy le tortura.

Su palabras eran exactas y emocionalmente perturbadoras, reconozco que su pluma suele emocionarme, pero esta vez las vicisitudes de la vida hacían que me llegaran de forma más que especial.

Allí figuraba yo, al borde del desborde emocional, a punto de re convencerme de lo certero de mi amigo, dispuesta a declararlo mi nuevo gurú, cuando alguien se puso a jugar con el control remoto de la tele de la sala de prensa y dejó puesto "Laura en América".

Yo en posteos anteriores he manifestado mi odio eterno por ese personaje televisivo pero tocó la coincidencia de que justo en ese momento una vieja le sacaba la cresta a un tipo que la había engañado con la vecina del mercado. “Maldito desgraciado, ojalá te mueras infeliz, mal nacido, Belcebú, hijo de puta”, gritaba la viejuja entre golpes, arañazos y empujones.

No pude dejar de envidiarle, que TOP sería poder decir esa sarta de bravuconadas cuando alguien te corta el rostro, en vez del típico “si te entiendo, ok, acá están las cosas que dejaste en mi departamento”. “Que te voy a entender, hijo de puta”. Ja, ja, ja.

Estuve a punto de llamar a mi amigo Álvaro y aconsejarle que le gritara a la tarada en su cara en vez de seguir trabajando la postura de evolucionado y gentleman

Pero asumí que el consejo me quedaba grande. Asumo humilladamente que suelo desear lo mejor cuando el barco se hunde sin remedio o callar cuando veo como la tropa desciende sin mayor explicación. Me falta cuero de chancho para gritarle a alguien en su cara, ni aunque me pagaran como a los pobres invitados de la Laura, no me sale, siempre opto por el silencio. ¿Quizá si me voy a vivir al Perú?

Número Dos