La Vaca y los Frijoles Mágicos

Mi madre, quien por su pura naturaleza merece un post entero, suele atormentarme con el refrán de la vaquilla. Desde pequeña se me dijo, hasta la insistencia, que la mujer debía llegar virgen al matrimonio, que la única relación sexual posible era la del misionero porque el resto de las incursiones eran de frentón de putas y que de desobedecer ardería en el infierno.

Luego de esta exposición llena de vaticinios y maldiciones infernales, donde caería irremediablemente si me dejaba tentar por la naturaleza demoníaca, venía siempre el cuento de la vaca.

“Hija si usted regala la leche nadie va a comprar la vaca” sentenciaba la bruja de mi madre y yo a mis tiernos quince años la miraba con cara de susto imaginándome en medio de una feria con un cartel que decía “5 lucas” y sin que nadie quisiera comprarme. Además toda la analogía de alguien apretando las ubres y sacando la leche me parecía macabra y como siempre he sido media chiflá imaginaba a mi padre, aburrido de la falta de oferta, ofreciéndome por un par de frijoles mágicos.

Gracias a Dios y a mi naturaleza pecadora el cuento de la vaca dejó de parecerme cuerdo cuando llegó la edad de merecer. Aunque le oculté hasta el cansancio a mi madre mi nueva cualidad de expendedora de lácteos.

Mi mamá, que es bruja y pesá pero no hueona, luego de un tiempo se dio cuenta de que la ternerita hacia caso omiso a sus advertencias y por un tiempo reculó de seguir hueveando con el tema. Esto hasta ahora, que mi vida amorosa volvió al descalabro, estábamos en el patio de la casa de mis papás, tomando sol, disfrutando de esos extraños y esporádicos momentos de encuentro madre e hija cuando me lanzó la siguiente frase: “Bueno Angela, ahora que ha pasado todo lo que ha pasado, (así nos referimos en mi casa a mi proceso de ruptura porque nosotros no solemos hablar de cosas que involucren sensibilidades y cursilerías), creo que deberías aprender de tus errores y tomarte unos dos o tres años de castidad antes de empezar a pensar en tener una nueva pareja"...

Quéeeeeeee!!! Mi cara de sorpresa fue tal que su cara de desaprobación fue aún mayor, además se me escapó un cuico “Estay más hueona”...Entonces ante la sorpresa de mi padre que no cachaba de que estábamos hablando, mi mamá sentenció “Olvidémonos de la leche Ricardo, a esta gueona mejor llevémosla al matadero y vendámosla al kilo”. (El sentido del humor es de familia)

Número Dos .