Mi hora de almuerzo ha cambiado drásticamente, desde que vivo sola y adopté el ritual de ir a almorzar a mi hogar junto a mi adorable Musso.
Si número uno subió a pepinillo era obvio que número dos subiría a Musso..-Quien, valga la aclaración, en una batalla cuerpo a cuerpo, hace un mes en mi depto, barrió el suelo con el mencionado cachorro enano.
En la ausencia de TV cable redescubrí lo mucho que me gustan las series de los años ochenta. “Who is the Boss” era mi elección para la hora del lunch, cómo no serlo, si “Quién manda a quien”, para el público hispano parlante, es miembro honorable de la lista de series de antología. Y no sólo porque la protagonista lleve en la serie mi mismo nombre, también porque está presente el eterno recurso del amor no hablado, los buenos sentimientos, la eterna tensión sexual entre los personajes y el siempre adorable final de moraleja (guiño especial a mi odiada profesora Stambuck) . Cómo olvidar el episodio en que Tony encuentra a Ángela desnuda en la bañera o cuando Samy compra su primer sostén. Esos capítulos acompañaron mi infancia, adolescencia y hasta ahora habían empezado a reaparecer en mi vida de adulta joven. Por eso me gustaba tanto mi hora de almuerzo, el deleite de mis siempre bien recalentados tacos vegetarianos y la melosa escena musicalizada de Tony Mazzelli dejando Broklyn en su chatarrienta camioneta para buscar un mejor pasar como ama de llaves de Angela Bauer.
Esto hasta el lunes de la semana pasada, cuando vi con horror como mi serie era sustituida, sin previo aviso, por el Talk Show “ Laura en América”. Allí quedaron mis finales perfectos y las enseñanzas pueriles de cada día, Laura se dedica en mi hora de almuerzo a entrevistar personajes dignos de Ripley’s a los cuales presenta con un notable “Que pase el desgraciado”, lágrimas, golpes en cámara, gritos y arañazos, mientras se escucha un jingle que dice “Laura, ayuda a los pobres, da trabajo al marido…”.
Qué cresta le pasó a la televisión, no lo sé. En mi eterna adicción televisiva a veces he llegado a preguntarme por qué la vida no puede ser igual a las series de la tele, ésas donde el jefe se lleva tan bien con su empleado que se terminan enamorando o donde un padre, luego de la muerte de su esposa, cría a tres hijas junto dos de su mejores amigos (Full House).
¿Por qué no?. Será porque en la vida real el jefe sería acusado de acoso sexual y el padre abandonaría a sus tres hijas para fugarse con la amante de turno. Quién sabe. Lo único que yo sé, es que ahora tengo que almorzar en el living, en silencio, mirando por la ventana.
Número Dos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario