Siempre he huido de las dinámicas tipo catequesis, onda terapia de grupo. Esas palabritas “tenemos que hablar” o “cuéntame qué sientes tú respecto a esto” me parecen en extremo desagradables y suelo correr por mi vida cada vez que tratan de acorralarme en estas situaciones.
Mi análisis Freudiano de esta “fobia a la exteriorización de emociones” es que la culpa de esto es absoluta y exclusivamente de mi madre. Ella pilar y mandamás de “Los Díaz” nos prohibió a grandes y pequeños (padre incluido) llorar y andarnos con sensibilerías, siendo el mantra de nuestra pequeña microsociedad “si no se puede solucionar, lo mejor es ignorarlo, nunca sucedió”.
Claro está que no todo el mundo es “emocionalmente reservado” como diría mi madre. Por eso en múltiples oportunidades Díaz ha tenido que aceptar que la tilden de incapaz de aceptar críticas, cabra chica y poco evolucionada. Aún es recordada la dinámica del seminario de título (Nancy Sim puede citar la pataleta de Díaz y el posterior ataque de llanto que se sobrevino una vez que se vio obligada a participar) y la fatídica noche Boliviana en que López y Lara insistieron en hacer un cara a cara entre los compañeros de viaje (gracias Centellas por defender la negativa de número dos y consolar el llanto post debacle).
El punto es que esta vez no había lugar donde correr, excusa posible ni pataleta efectiva para salvarme de una larga y extensa conversación sobre las emociones, los dolores y las cicatrices post termino de lo que hasta tres meses atrás fue una larga relación de dos años y medio.
Lo divisé de lejos, imposible no reconocer su manera de apoyarse siempre con una mano en el bolsillo y la otra tras la espalda, le sonreí, me miro fijo primero y después de unos segundos sin decir palabra sonrió y preguntó para dónde íbamos…silencios más tarde y una que otra pregunta por compromiso llegamos a un pequeño café. Una cerveza, dijo con voz ronca, mientras yo intentaba decidirme entre un café x y lo que realmente quería pero me parecía impropio dado el carácter de la reunión…en eso estaba cuando escucho que me dice “hace calor todavía, supongo que quieres un helado de chocolate”, sorprendida y algo enojada porque aún pudiera predecir mi manera de pensar, en una reacción bastante infantil, he de decir, sonreí por octava vez y pedí un jugo de frutilla…aunque lo que realmente quería era el helado.
Antes de llegar a ese instante hice un esfuerzo consciente por ser lo menos pesada posible, al fin de cuentas no me correspondía serlo y para ser honesta la que merecía ser tratada con animosidad revisando la historia debía ser yo. Sin embargo, una vez en el lugar mis monosílabos y frases pesaditas evidenciaban claramente que lo único que quería era salir de allí.
Conversación de rigor, cómo estás, bien, estás más bonita y tu más flaco, risas nerviosas otra vez. Miro sus manos, tiene puesta la argolla de plata…yo no llevo ninguna, me las saqué un día después de que terminamos y creo que desde ese día no las he vuelto a mirar, en su muñeca el reloj que le regalé hace algunas navidades atrás…presiento que esta no será una conversación corta.
A ratos dejaba de escuchar el tema en sí…las palabras me parecían absurdas, a mi me bastó con escuchar los tiempos verbales. Hace tiempo que yo empecé a hablar de él en pasado, como si hubiera muerto o desaparecido, y ese día no fue la excepción. Él me habló en condicional como esperando un futuro…yo seguí en pretérito.
Casi cuatro horas más tarde me parece que no fue tan terrible, aunque insisto mi naturaleza fóbica me hace encontrar excesivamente macabro esto de preguntarse y reanalizar porque se mueren las relaciones una vez que el muerto lleva meses en la morgue.
Obviando el machismo de ciertas preguntas que me negué a contestar, me quedo con su última frase…en un momento me preguntaba él tangencialmente por el tercer y nuevo integrante de este final de teleserie y yo cambiaba de tema o respondía con un algo molesto Bien, súper bien (por si el bien no bastaba), cuando me salió con una frase digna de los clisés de Fairlie pero que viniendo de quien venía resultaba extremadamente sincera: “que bueno que estés BIEN, supongo que él tendrá la capacidad para no perderte y hacerte feliz…no me alegro…pero….que bueno que estés bien”.
Quizá no era el final que él vino a buscar pero me parece que después de todo, esto de hablar sobre lo que nos pasa, pasó y no pasó, sirve de algo. Es probable que no seamos amigos y que en un tiempo más seamos extraños el uno para el otro, sin embargo desde ayer puedo decir que cerré el capítulo quedándome como sabor de boca el recuerdo de su nobleza y la dulzura que alguna vez amé en su persona…
Número dos